La aventura que se nos presenta alienta a una búsqueda en relación con propuestas o interrogantes de rasgos positivos, que sortearían, en cierto modo, una mirada y un andar nihilista, improductivo e incluso autodestructivo. Esta aventura nos recoge de la mano y nos invita a avanzar. Nos tienta por un camino fértil que asume su otro lado, sus oscuridades, sus sombras. Eso que quizá ha quedado sepultado -al decir de Trías-, por la gran Razón con mayúscula. La extraña existencia: vértigo que indaga lo ausente, lo misterioso, lo insondable, aquello que -al decir de Kant-, no puede ser conocido pero debe ser pensado.
Y es entonces esta forma de vertiginosa aventura la que acaricia un sueño. Ése que tiene que ver con lo que se repliega. Una caricia que no llega a ser tal, que se esfuma en el momento anterior al del punto máximo. La caricia con la que sueña el arte, por ejemplo. El arte que roza un sendero que se abre más allá. Un sendero cercado y hermético (como también los otros dos) del que una vaga visión nos confirma su existencia.
Los tres cercos que propone Eugenio Trías son: el cerco del aparecer o mundo, el cerco hermético o replegado en sí y el cerco fronterizo, único con alguna posibilidad de articular los otros dos.
Este fragmento está basado en ideas que encontré en un libro de Eugenio Trías llamado "Lógica del límite"
ResponderEliminarNo conocía al autor, suena interesante.
ResponderEliminarSaludos!!