miércoles, 11 de mayo de 2011

Creación del mundo 2a Etapa

Mundo (Por Alicia)

Cuando no era nada, unos seres que flotaban en alguna parte de lo innominado, que vivían insignificantemente en la oscuridad absoluta, descubrieron que había algo distinto de la negrura y empezaron un juego apasionante de nombramientos y de imaginación. Llamaron luz a esa hendija que vislumbraron, y pensaron que fuera de su agujero podría haberla en más cantidad. Se dieron entonces a la idea de que el mundo no existía sólo porque no lo conocían e imaginaron una bóveda por la que entraba la claridad. Una bóveda imposible que sólo vivía en su imaginación. Alguno empezó a dibujar las cosas que eran capaces de nombrar a la luz de la bóveda y así inventaron estrellas, nubes, aguas y plantas. Alguien más imaginó a un ser que a su vez imaginaba y dibujaba seres alados a los que llamaron pájaros pero otro tuvo la visión de que estos pájaros podrían insubordinarse y oscurecer el claro cielo que estaban intentando crear. Al descartarlos pensaron en criaturas del agua, los llamarían peces, pero se frustraron al pensar que en un futuro podrían terminar prensados en extraños compartimentos. Uno más osado pensó que aquella criatura dibujada que dibujaba pájaros, podría ser al mismo tiempo una criatura violenta que destruyera toda esta frágil arquitectura que su mente estaba modelando a partir de un rayo de luz en la oscuridad.

Puesto el fracaso a consideración de todos, decidieron dejar de imaginar, de pensar, de crear y dibujar, de nombrar y dar vida a algo tan posiblemente macabro. Tuvieron una última visión, la de una cama donde dormir y esperar su extinción, y se retiraron a ese último sueño.

Nunca supieron que sus fábulas habían cobrado vida porque ya sus criaturas pensadas las pensaban ellas mismas y entonces, existían. Afuera, el mundo estallaba en luchas salvajes y caníbales, las estrellas brillaban y se mataba por supervivencia o por ambición, por envidia o por miedo, por honor o por diversión.

Distante e indiferente, la bóveda celeste planeaba cerrarse un día sobre un mundo pensado a la ligera, en siete días, deficiente e improvisado. Los dioses, seres insignificantes que ignoraban su condición de tales, dormían en la oscuridad inconcientes del cataclismo que habían echado a andar.































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